jueves, 8 de julio de 2010

A veces no existe una única lógica para las cosas. Hay un punto intermedio, no todo es blanco o negro, bueno no siempre. Las diferencias hacen al desarrollo cotidiano, nos modifica a tal punto de ser unánimes dueños del delirio perpetuo al que nosotros mismos nos condenamos.
El problema no es que las cosas sean grises, el tema es cuando tenemos dos cosas y si o si tenemos que elegir una. Uno puede amar, odiar o querer, pero hay veces que el intermedio hace a la diferencia, y ella nos hace delirar a tal punto de crear una fantasía constante de la que muy pocos saben sobrellevar antes de que las emociones se compriman y nos hagan explotar. En cambio, hay quienes viven aguantándose todo eso, se lo guardan a si mismo, y les hace mal, eso les termina jugando en contra a tal punto de hacerlos perder. Si el interior está mal, lo proyectamos en el exterior y ¿cuál es la gracia? ¿joder a los demás, lavarnos las manos? No, ninguna de todos los cargos le sienta a la misma verdad; lo único que estamos haciendo es defendernos de nuestras propias jugadas, nosotros no somos nada más y nada menos que inconscientes rivales de nuestro propio juego y aun así existe un punto medio pero no merece ser considerado un equilibrio. En nuestro juego se gana o se pierde, u optas por empatar pero entonces ¿cuál sería el sentido de jugar con nosotros mismo si volvemos al mismo lugar de siempre pero de la peor manera? ¿Cuántas veces más me tengo que equivocar para poder aprender? Este tropezón empieza a ser el principio de una caída.

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